El truco final
Tenemos otra película de magia. No hace mucho les comentaba El ilusionista, que estaba hecha en plan de comedia fantástica con ribetes de drama derivado a romántico.
El público se lo pasaba bien. Con El truco final no ocurre lo mismo.
Está sacada de una novela de Christopher Priest que ganó varios premios hace pocos años. O sea, libro reciente, aunque la acción se desarrolle a finales del siglo XIX, en un Londres con ambiente y decorados la mayoría oscuros y húmedos. La electricidad hacía sus primeros pinitos y uno de los trucos de la película, el final precisamente, tiene en los juegos eléctricos su base.
Puedo decir que personalmente me gusta la magia, como supongo les ocurre a ustedes y a casi todo el mundo. Nos encanta que nos engañen y poder soltar un ¡oh! de admiración ante un escamoteo, una aparición, una desaparición o una transformación ineplicables. ¿Cómo lo ha hecho? Y nos quedamos admirados y satisfechos, aplaudiendo el hecho de que no seamos capaces de descubrirla aún sabiendo que la trampa existe. Esta reflexión es la que nos hace Michael Caine al principio de la película, y en esto se basa la magia-espectáculo.
Caine es, pues, un mago empresario de magia, y colaboradores suyos son Christian Bale y Hugh Jackman. Hugh es abierto y comunicador para el público. Chris es concentrado y retraído. Un fallo de éste en uno de los números provoca un accidente y la esposa de Hugh resulta muerta. A partir de entonces, se separarán y lucharán a muerte para destruirse mutuamente, montando su propio espectáculo en teatros diferentes.
La película empieza a partir de aquí un continuo toma y daca de luchas en que interviene el promotor Caine y las mujeres de los dos magos (Scarlett Johansson es la nueva compañera de Hugh), enredándose en una serie de secuencias no siempre claras para el espectador, en busca de nuevos trucos y de los intentos obsesivos por parte sobre todo de Hugh de descubrir el secreto de uno de los números de más éxito de su adversario. Periodo cansado y borroso para el público, que le obliga a estar muy atento y bosteza esperando la sorpresa final, que no duda debe existir tratándose precisamente de dos magos. ¿Por dónde nos saldrán?
Digamos que los dos protagonistas lo hacen bien, sin excederse. Michael Caine, acostumbrado ahora a papeles secundarios, lo resuelve con profesionalidad, sin preocuparse demasiado, y la Johansson alegra la vista pero pasa sin pena ni gloria. Parecía que esta chica iba a encaramarse a los números unos de Hollywood, pero permanece estancada.
En resumen, tengo que repetir lo que ya les he dicho tantas veces. ¿Por qué hay que hacer durar dos horas a las películas que tendrían bastante con hora y media? Si no se puede o no se sabe hacer una trascripción más potable y más ligera del guión, alargarlo es poner plomo en las alas de la película.